(Escrito en una invitación de boda)

Escucha Bill. Seamos claros. Lo nuestro es un imposible en sus propios cimientos, así que, haciendo acopio de toda nuestra entereza, deberíamos conformarnos con este juego de serosas miradas. Tampoco es nuestro momento, ni nuestro banquete nupcial; a otros le corresponde el centro de la gravedad. Pero nuestro silencio lo dice todo. Me gusta como vistes, te gusta como me gusta, ambos nos gustamos, silentes, plácidos bajo la plácida luz artificial de un comedor, de una mesa a otra, manteniendo cerrado el circuito, sin fugas ni tocatas: de ti a mí, de mí a ti. No aprietes los labios, Bill, ese gesto delata tu impaciencia. ¿Qué podría ser de nosotros? Nadie lo iba a entender. Sin embargo las miradas no son independientes, forman parte de algo más complejo, algo perfectamente ensamblado. Eso me recuerda a cuando te imagino en el water. Tu mujer ha colocado papeles de periódico en el suelo porque el vaho no acaba de irse nunca. Maldito vaho. Sentado, mirando hacia el suelo, sin dirección, un punto azaroso en un momento de ligereza, ves las fotos de los periódicos. Ellas sí reflejan la independencia. No son nuestras miradas. En la sequedad que separa dos humedades, hay violencia, hay tristeza y desolación, hay rabia, hay orgullo, hay explosión, hay alegría y hay ciegos ojos de cristal. Todo independiente. Tu mujer ha tenido el poco tacto de dibujar un monigote en el espejo del baño. Maldito vaho. No se lo tienes en cuenta porque sus deslices habitualmente son mayores. Por ejemplo, en el suelo, junto al armario de las toallas, está la página de las esquelas, pareciera descansar en paz, mohína, sin matices. Un día, sin querer, reconociste la esquela de alguien conocido. La muerte acecha, pensaste en ese momento. Pero sólo se contempla la muerte en la vida. Por qué preocuparse si ella es tan independiente como las fotos del periódico, como la mismísima nada. Lo que sí te extraña y te preocupa se traduce en impaciencia. Tardan en traer el lechazo. O lo que quieran que sirvan. Particularmente, Bill, creo que el lechazo le iría bien a tu figura apolínea. Un hombre o rebosa o no es un hombre. Sé que sabes que lo pienso, por eso te miro, ¿a quién podría mirar en este erial varonil? A nadie más. Al jefe de la tribu. Al gran copulador. El hombre que perpetra la especie, que cubre a la tierra, la gran madre, con su simiente rocosa. Perdonarás que no me humedezca los labios en este momento. Se haría el silencio en el lugar y la atención, en un giro dramático inesperado, se volvería hacia este segmento de la recta. El nuestro, el tuyo y el mío. Suspiro por lo bajo. No tengo apetito contigo tan cerca. Cuando el día de hoy acabe, lo que sea que pasó habrá acabado con él. Tú y yo, nuestro segmento y nuestra electrólisis aeréa. Qué intenso fue todo, Bill. Por Frank Deporto |
1 comentario:
Oh, sí, Titania, ya está aquí!
Solo diré: Purpurina. Eso es.
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