(Escrito en una hoja de cuaderno y encontrado en la taquilla del Secretario General de las Naciones Unidas) Correré como una locomotora humana. Haré todos los estiramientos pertinentes antes de la carrera. Cinco, diez minutos, quién sabe con exactitud cuánto calentaré. El muro que se alza sobre mí se asemeja a las murallas de Jericó. Aun así correré porque sé que estarás en la meta. Tu madre me lo dijo. Llamé por teléfono a tu casa con la esperanza y el hambre de encontrarte, pero habías salido. Hablé con tu madre. Me dijo: estará allí, en un terraza cercana, en medio del tintineo de las botellas de bitter Cinzano y los vasos llenos de piezas de hielo chocando en las bandejas de los camareros. Ellos vestirán de blanco y negro. Negro el pantalón, negros los zapatos, la corbata y los nubarrones del cielo de Nueva York. Blanca la camisa, la chaqueta corta, el delantal y los dientes del encargado. Entonces correré. Fue lo que pensé al colgar a tu madre, pensé que correría los cuarenta y dos kilómetros y ciento noventa y cinco metros, que llegaría con la lengua fuera, la comisura de los labios babeada y el estómago agitado, que mi espíritu estaría al borde del quebrado, como una fracción cualquiera y misteriosa de su propia naturaleza aérea, pero que de una u otra manera correría. Mé miré en el espejo del recibidor y me encontré mustio. Si sólamente hubiera podido hablar contigo y tú no hubieras salido a sabe Dios dónde. Al menos estarás en la meta, bebiendote una limonada como a ti te gusta. Mientras corra pensaré en tu limonada, mis músculos y tendones se enlenteceran en ese pensamiento abstracto, su movimiento galvanizado será mi motor, estirando, contrayendo, manteniedo la tensión de mis tejidos y en la caldera del conjuto las grasas irán convirtiéndose en brasas y unidadees de calor. Seré un horno con un pensamiento crítico y cítrico. Correré hasta la extenuación de mis fuerzas, extibando mi carga por las calles de la ciudad, escuchando como la gente no pronuncia mi nombre porque me confundo en la masa que corre y quema sus suelas en un mismo y ruidoso compás gomoso. Cuando llegue ciego, libre de la carga de los kilómetros, en mi languidez mortecina, te buscaré entre las caras de los desconocidos, aunque tenga que recorrer todas la terrazas de la zona, arrastrándome de un modo engañoso e imbécil, te buscaré y te encontraré. Correré para verte porque nos separa, mujer de la limonada, la sencilla distancia de una maratón. Por Frank Deporto |
__oDA
Hace 11 años
No hay comentarios:
Publicar un comentario