martes, diciembre 26, 2006

El souvenir del diablo (o de los cojones)

Yo tú él, dijo el comerciente bengalí abarcando el espacio con un movimiento natatorio del brazo, yo tú él, repitió. Entonces su gesto se volvió octavas. Llevaba un diente de oro, sin duda el que, de todos los dientes, sonreía con más espanto. O brillaba. O lo que fuera que haciese aquel diente de mal agüero. El caso es que yo, primera parte del sortilegio, no queriendo comprar nada, acabé comprando. Había perdido mi voluntad en un acto reflejo inducido, exógeno, marginal, en el breve lapso que va de un pronombre personal a otro, de la primera a la tercera persona, ya era una marioneta sin fortuna. Trapo y paja, yermo, allí, en un sucio callejón, en la tienda de los retales de un comerciante bengalí compuesto de escalas de viento y mueca; el hombre de los pronombres: el prohombre pronominal que ordenaba y mandaba. Y yo, primera parte de la parte contratante, actor secundario, tuve que comprar. Ahora está en el salón, inútil como casi todo, mirándome y sonriéndome en vano con su gesto marcadamente etnográfico, burlesco; barnizado.
Por Diácono Azul

1 comentario:

Ángel dijo...

"Ya era una marioneta sin fortuna". Srta. Trixie, teniendo en cuenta el alto valor que le confería su partener de novela a las vueltas que da la ruleta de la diosa Fortuna, esta frase la podía haber firmado el mismísimo Ignatius. Ahora bien, estoy convencido de que no habría caído en las garras del comerciante bengalí.

Un saludo y gracias por pasarse por mi casa.