martes, noviembre 01, 2005

La concubina y el alguacil lisiado

Un puñado de azafrán y 3 sombreros de copa, el eco de las carcajadas de una burguesa con acento anglosajón y el primer sollozo postmortem de una cucaracha. Eso fue lo que encontró el alguacil, recientemente ascendido a mecanógrafo extra-oficial del inspector, al entrar en el duplex alquilado de una concubina en las cercanías del buffet “Mala saña”. Sin lugar a dudas una zona conflictiva por doquier.

Tal vez fuese el reflejo en la olla exprés de la afinadora de violonchelo que azotaba sus recuerdos en noches etílicas o tal vez el gozo que le producía su nuevo ascenso, sin embargo, fuese lo que fuese resultaba poco convincente ver al alguacil en días de niebla y atropellos automovilísticos.
El lugar distaba mucho de ser la feria del libro de La Habana, ni un alma, ni un perro de canódromo clandestino, ni un maullido diletante en el callejón trasero. Sólo la abigarrada figura del casero acompañaba a la presencia del alguacil. El hombre, un ex-controlador aéreo nepalí aficionado a los cigarrillos de labanda, flaco, velludo, provisto de una bata a cuadros y un juego de llaves multifunción, lo miró con una sonrisa apaisada que en los días de lluvia debía parecer un pianoforte abandonado. El alguacil recordó el parte meteorológico del día: chubascos moderados a la altura de las costillas flotantes. Aun así, decidió no golpearlo, necesitaba inspeccionar el apartamento.
Frank Deporto y Titania Dimitrov

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