
Interior de un hogar decimonónico. En la meseta castellana. Un hombre y una mujer (presumiblemente esposos, quizás amantes) están sentados en una chaise longue de un coqueto, burgués y apergaminado salón. Es la sobremesa de una pantagruélica comida en la que el cocido ha sido el plato soberano. El hombre interpela a la mujer (esposa o amante con piso céntrico):
- Alma pura, alma cándida, animosa alma mineromedicinal: mujer candela ¡La acidez es en mí y en mi estómago!
Ella, menstruante e industriosa, contestataria y burlesca, responde:
- Querido, purpúreo varón, buril plateado, en un cocido nefás no puede faltar el Almax. Así que haz como que la lengua te comió el gato mientras que te preparo el almagato.
Entra la orquesta y cae el telón.
Se abre el telón de nuevo. Una calle de una ciudad mesetaria y castellana. En escena aparecen una niñera francesa del brazo de un teniente de dragones, unos pilluelos corriendo de un lado para otro, un coro de remeros del Volga, una pelandusca polaca sin nada que hacer que pasea por el parque, dos lanceros bengalíes con expresión confusa, un equipo de operarios del ayutamiento, dos nodrizas y tres amas de cría, una violetera, nueve amas de cría recién llegadas del pueblo, una escuadra de infantes de marina de punta en blanco, doce comadres cuchicheando y las guardia Varega. Su comportamiento es natural, despreocupado. Entra la orquesta de nuevo. Todos cantan a coro:
- Las tardes castellanas son más alegres que las alemanas.
Sólo los hombres:
- Las mujeres castellanas son ardientes y son lozanas.
Sólo las mujeres:
- Los hombres en Castilla, van de boca en boca, son la comidilla.
Todos juntos:
- Viva la juerga y la jarana, viva la tierra Castellana.
Un hecho sin precedentes ocurre en la calle. Se rompe la estructura lógico temporal y cae una bomba atómica. Un general del ejército del aire norteamericano, no soportando las voces que cantan en su cabeza, decide hacer caso omido del protocolo y, violentando todas las leyes de la física, ordena arrojar una bomba de plutonio sobre el pasado. El lírico y el mesetario.
Por Michael Gondor
- Alma pura, alma cándida, animosa alma mineromedicinal: mujer candela ¡La acidez es en mí y en mi estómago!
Ella, menstruante e industriosa, contestataria y burlesca, responde:
- Querido, purpúreo varón, buril plateado, en un cocido nefás no puede faltar el Almax. Así que haz como que la lengua te comió el gato mientras que te preparo el almagato.
Entra la orquesta y cae el telón.
Se abre el telón de nuevo. Una calle de una ciudad mesetaria y castellana. En escena aparecen una niñera francesa del brazo de un teniente de dragones, unos pilluelos corriendo de un lado para otro, un coro de remeros del Volga, una pelandusca polaca sin nada que hacer que pasea por el parque, dos lanceros bengalíes con expresión confusa, un equipo de operarios del ayutamiento, dos nodrizas y tres amas de cría, una violetera, nueve amas de cría recién llegadas del pueblo, una escuadra de infantes de marina de punta en blanco, doce comadres cuchicheando y las guardia Varega. Su comportamiento es natural, despreocupado. Entra la orquesta de nuevo. Todos cantan a coro:
- Las tardes castellanas son más alegres que las alemanas.
Sólo los hombres:
- Las mujeres castellanas son ardientes y son lozanas.
Sólo las mujeres:
- Los hombres en Castilla, van de boca en boca, son la comidilla.
Todos juntos:
- Viva la juerga y la jarana, viva la tierra Castellana.
Un hecho sin precedentes ocurre en la calle. Se rompe la estructura lógico temporal y cae una bomba atómica. Un general del ejército del aire norteamericano, no soportando las voces que cantan en su cabeza, decide hacer caso omido del protocolo y, violentando todas las leyes de la física, ordena arrojar una bomba de plutonio sobre el pasado. El lírico y el mesetario.
Por Michael Gondor
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