
Microcuento de la antología Atómica (II)
(Escrito en el libro de contabilidad de una empresa de jardinería; página 92, entre debes y haberes).
Cuando Desmond volvió de Vietnam, el mismo día en que posó los pies en tierra americana, descubrió que había adquirido la facultad de hacer flotar la realidad. Allí hacia donde mirara, percibía objetos y personas como gotas de agua sobre la superficie grasienta de un caldo de pollo. Su hermana Cora, una gota, su padre, una gota, su madre, una gran gota gruesa y adiposa. Desmond nunca llegó a temer por su cordura, todo lo contrario, su visión del mundo era pesada y redondeada por los contornos que le daban forma, las voces le sonaban ralentizadas, gomosas, amorfas, y oyéndolas, sonreía como un estúpido. Sin embargo su entorno familiar no las tenía todas consigo. Su padre, hombre pragmático, fue el primero en poner el dedo en la llaga: "el chico se ha convertido en un jodido vegetal ambulante, mirad como se le cae la baba, por ¡San Patricio!, ¡qué pena!". Para Desmond, en cambio, que se crió como un niño gordo y acomplejado, las cosas adquirían una velocidad más conveniente. Un día llegó a casa un oficial médico del hospital de veteranos de Nueva York que lo examinó a conciencia. Ese mismo día, sin demora, lo internaron en el pabellón psiquiátrico. Años de psicoterapia intensiva y litros de Haloperidol en el desayuno consiguieron, para su desgracia, devolverle parte de la velocidad perdida. En un charla informal el psiquiatra que lo atendía, bajo la lenguaraz influencia de cuatro peppermint frappé bebidos a gran velocidad, dijo una enigmática frase ausente de predicado: "El agente naranja de los días indochinos". Dicho esto, chascó los dedos, llamó al camarero y pidió otro peppermint frappé.
Por Frank Deporto
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