
(Poema encontrado en un libro de salmos de una iglesia baptista)
EL FIN DEL DILUVIO
La fuente parece agotada,
yerma, seca, tierra agrietada.
Y sin embargo llueve, piensa Desmond.
LLueve a mares, tanto es así
que una voz nueva, distinta,
mayestática, ha brotado en su cabeza.
La voz habla y, cuando lo hace no pide,
no aconseja, no desea,
ella ordena, manda, exige.
"Desmond, instrumento del destino
-dice la voz- consigue un Boeing,
no importa el modelo;
arranca los asientos,
no importa el esfuerzo,
llénalo de cientos de parejas machihembradas
de todas las especies conocidas,
asalta un zoo, esquilma una reserva.
Hazlo Desmond. Cuando las tengas
carga en la bodega heno, alfalfa y bidones
de cinco litros de agua de Corconte,
carga raciones de supervivencia de la Cruz Roja,
espejos y abalorios para los indios Yuma,
cortauñas, cortaplumas,
y cortapezuñas para ungulados.
Despega, Desmond, cargado hasta los topes
en tu Boeing -no importa el modelo-
y pilota rumbo oriente, al lugar de la quimera.
En ti está perder en control de los mandos,
en tu libre albedrío,
y caer sobre las selvas de Borneo
como si fueran enormes camisas
de frenela a cuadros,
violentando a los monos que copulan y se despiojan
en las altas cimas de los árboles tropicales.
Porque Desmond, eco de mi voz, orate de mi mente,
pasta viscosa y atormentada,
tú eres mi instrumento.
Dentro del moviento articulado de la lluvia
Belerofonte hace sus cábalas;
La operación parece trabajosa,
la presencia impertinente, como endiosada,
no le gusta recibir órdenes.
Desmond apaga la voz y enciende la tele;
echan dibujos animados: sonríe.
La molicie retorna al cauce seco y plácido
de un sillón en un cuarto acolchado,
sin ventanas.
Por Frank Deporto
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