
(Escrito en un falso permiso de conducir guatemalteco)
Monólogo interno (o La interinidad del monólogo).
Qué bien otra vez dibujos. Simpáticos y cómicos dibujos flotantes en un mar de espuma de leche, me divierten tanto como golpearme contra las paredes. Aunque debo decir que eso a veces no es divertido, en esas ocasiones, cuando es un acto de supervivencia, chillo como un cerdo. Como los que vi en Vietnam. Cerdos moteados de colores y formas insólitas. Eran divertidos y ruidosos. Las voces también lo son. Ruidosas. Hay días que también son divertidas y me confiesan sus secretos más desvergonzados. Entonces me río. Me encanta reír aunque no me convenga hacerlo. La baba se me cae. Si me llegan a decir que un día me mancharía el pecho de baba líquida y pomposa cada vez que me riera con entusiasmo me habría ofendido, más aún, habría ardido Troya. Pero ahora lo encuentro placenteramente húmedo. La enfermera Albañil se ha empeñado en colgarme del cuello un babero de algodón y poliéster con un oso sonriente estampado en medio. Lo encuentro simpático y también hostil. El osito es encantador, no cabe duda de ello, pero impide que me moje la camisa. La enfermera dice que no es decente que me moje, sin embargo es un placer que acabo de descubrir a mis...No sé cuántos años tengo, lo he olvidado. Olvido las cosas con frecuencia. Olvido casi todo menos las caras de susto de los niños en Vitenam. No era para menos. Un país tan lluvioso asusta a cualquiera. Yo mismo sentí el miedo. Del cielo caía una lluvia que a veces quemaba la piel. Otras, la mayoría de las veces, calaba hasta al tuétano. Esos días han pasado, vivo en una confortable habitación acolchada y tengo televisión por cable. Quién podría dar más. Si ahora me dijeran: Des, amigo, te hemos elegido presidente de los Estados Unidos, yo me negaría en redondo. ¿Acaso se puede ser presidente a la fuerza? Nada de eso. Conmigo no deberían contar. Lo más probable es que delegara en el director del hospital. Él sí que tiene madera de presidente. A mí me trata con mucho cariño. De vez en cuando, de tapadillo, sorteando la atenta e inquisidora mirada de la enfermera Albañil, me regala piruletas. Los médicos dicen que no debería comer tanto azucar. Yo no estoy seguro de que los médicos sepan con certeza de qué está moldeada la realidad. Veo los hilos que soportan las figuras en el espacio y veo el movimiento lento y estudiado de los cambios en la materia. No creo que ellos, que no tienen ni puta idea de nada, puedan prohibirme comer chucherías. Sin embargo lo hacen y su brazo ejecutor es la enfermera Albañil. No sabría muy bien decir de dónde es originaria. Ella dice que de Kentucky, yo me río y disimulo señalando la televisión, como si hubiera visto algo gracioso en ella. Si tuviera que aventurar un lugar diría Guatemala. Pero eso, como todo, como los hilos que mantienen el equilibrio, como la velocidad de transformación de las cosas o como la causa primera, es un secreto guardado bajo siete llaves.
Por Frank Deporto
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